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La motivación como motor del aprendizaje

En esta nota, Pilar Lucena, arquitecta y coach educativa, reflexiona acerca de la importancia de mantener la motivación durante la formación universitaria, de manera constante y persistente. Gracias a la motivación es posible obtener una experiencia educativa más completa, más amena, mejorar los resultados y procurar un aprendizaje de calidad.


Hace más de doce años me dedico a la docencia universitaria dentro del ámbito privado, y cada vez se vuelve más evidente una problemática creciente y preocupante en todos los niveles educativos: la desmotivación de los alumnos en las aulas. A mi entender, uno de los factores principales que contribuyen a la desmotivación es la falta de conexión entre los contenidos educativos y la realidad de los estudiantes. Muchas veces, los alumnos no ven la relevancia de lo que están aprendiendo para su vida profesional o su futuro. 


Es una realidad que el mundo universitario está cambiando. Las instituciones educativas son llamadas a formar parte de un nuevo modelo, en el que los estudiantes universitarios se convierten en futuros profesionales capaces de aprender a aprender durante toda la vida en un entorno globalizado. En este contexto, están expuestos a distintos estímulos que pueden influir en su aprendizaje, como por ejemplo elementos distractores que acaparan su atención, factores sociales y emocionales que afectan su rendimiento y dificultan su educación, e incluso acarrean pérdida de seguridad y confianza en sus habilidades. En consecuencia, muchas veces sucede que a pesar de poseer los conocimientos sobre un área, muchos estudiantes carecen de la motivación y confianza necesaria para afrontar los retos educativos que implica una carrera universitaria.


En mi experiencia, la motivación en la universidad va más allá del éxito académico. Es una herramienta que fomenta el aprendizaje en profundidad, ayuda en la adquisición de habilidades y mejora la productividad general. Esto se evidencia en el hecho de que los estudiantes con un alto nivel de motivación tienden a comprometerse más activamente con sus estudios, perseveran ante los retos y tienen más probabilidades de alcanzar sus objetivos académicos.


Para poder trabajar sobre algunas estrategias, es útil entender primero cómo funciona la motivación. Existen dos formas principales de motivación: la intrínseca y la extrínseca.


  • MOTIVACIÓN INTRÍNSECA: tiene su origen en la determinación personal del propio alumno. Es decir, más que regulada por la recompensa externa o la validación de terceros, se trata de una meta impuesta y ansiada por la persona. De este modo, es el tipo de motivación más productivo, ya que genera compromiso por parte del estudiante. La motivación intrínseca cultiva una conexión profunda con el aprendizaje, lo que conduce a una mejor comprensión y retención.


  • MOTIVACIÓN EXTRÍNSECA: está influida por factores externos como las notas, los elogios o las perspectivas laborales futuras. Por ejemplo, un estudiante puede invertir horas extra estudiando para asegurarse una nota media alta o unas prácticas competitivas. Aunque podríamos pensar que la motivación extrínseca puede afectar el interés genuino en el aprendizaje, puede ser igual de valiosa. La motivación extrínseca proporciona objetivos e hitos tangibles, muchas veces esenciales para aprobar las clases y retener la información.


Sin embargo, ambos tipos de motivación cuentan con elementos que las pueden hacer mermar, por este motivo es clave saber cómo relacionarse con la motivación: una relación académica sana no puede depender enteramente de solo un tipo de motivación, ya que la intrínseca disminuye con el tiempo y la extrínseca depende de agentes externos que pueden no estar presentes. Es por esto que, para contar con una buena relación con el estudio primero es necesario procurar la motivación intrínseca, enfocándolo a distintos factores que servirán de ancla para la motivación, mientras se busca contar con la motivación extrínseca, por medio de incentivos propios o externos que permitan mantener el enfoque. De esta forma, con ambos tipos de motivación presentes, se evita la pérdida del entusiasmo.


Para finalizar, otro aspecto que considero sumamente importante es que los docentes también trabajen en su propio bienestar y desarrollo profesional. Un docente motivado y entusiasta, que tiene ganas de estar en el aula, puede contagiar esa actitud a sus alumnos. La formación continua, la colaboración entre colegas y el acceso a recursos y herramientas innovadoras son aspectos clave para mantener la motivación y la efectividad docente.


La desmotivación de los alumnos es un desafío complejo que requiere un enfoque multifacético. Comprender las causas que se esconden detrás de la apatía o el desinterés, adaptar las metodologías de enseñanza y crear un ambiente de aprendizaje positivo son pasos esenciales para revertir esta tendencia.


¡Nos leemos en la próxima nota! 🙂

Pili.


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